México: La Cultura del Cinismo
Cuando el poder rebasa las capacidades y principios de quien lo ostenta, se convierte en un espejo deformado que refleja lo peor de su portador: errores elementales, dictados por la soberbia y el autoritarismo. No es un fenómeno nuevo, pero en estos tiempos el cinismo ha dejado de ser excepción para erigirse en norma. Desde las alturas del poder, esa arrogancia se filtra como veneno lento, impregnando cada rincón de la vida pública, hasta envolver —casi sin resistencia— a una sociedad mexicana que, día tras día, ve cómo la legalidad se marchita bajo la sombra de la impunidad.
En México, el cinismo no es un lujo intelectual: es un mecanismo de defensa. La promesa de erradicar la corrupción ha sido bandera de múltiples gobiernos, pero los hechos recientes muestran que el monstruo no solo sigue vivo, sino que se reinventa. El caso del llamado huachicol fiscal —un esquema de contrabando y evasión de impuestos en combustibles que habría costado al país más de 500 mil millones de pesos en los últimos años— es un golpe directo a la confianza ciudadana.
El desequilibrio entre poder, principios y responsabilidad. Esa soberbia institucional —cuando el poder se ejerce sin ética ni autocrítica— suele derivar en decisiones torpes, abusos evidentes y una desconexión total con las necesidades reales de la ciudadanía.
El cinismo, no sólo se manifiesta en los discursos oficiales o en las maniobras de alto nivel, sino que se filtra en las prácticas diarias: trámites que se complican por capricho, leyes que se aplican selectivamente, y una normalización del “así se hace porque yo lo digo”. Es como si el autoritarismo ya no necesitara gritar, porque se ha vuelto costumbre.
El cinismo crece cuando la distancia entre el discurso y la realidad se vuelve abismal:
• Gobiernos que prometen “acabar con la corrupción” mientras se destapan redes criminales dentro de instituciones clave.
• Escándalos que involucran a funcionarios, militares y empresarios en operaciones ilegales de importación de combustibles.
• Pérdidas fiscales que podrían haber financiado hospitales, escuelas, infraestructura y programas sociales, pero que terminaron en manos de redes criminales y cómplices en el poder.
En este contexto, el humor negro y la ironía se convierten en válvulas de escape. El ciudadano comenta con sorna: “Nos prometieron acabar con el huachicol… y lo institucionalizaron”.
Pero detrás de la broma hay un duelo colectivo: la sensación de que incluso las instituciones más confiables, como la Marina, pueden ser vulneradas.
¿Cinismo o lucidez?
El caso del huachicol fiscal es un ejemplo claro de cómo el cinismo puede ser tanto un síntoma como una advertencia:
- Síntoma, porque refleja la pérdida de fe en la palabra oficial.
- Advertencia, porque señala que la corrupción no es un accidente, sino un sistema que se adapta y sobrevive.La lucidez crítica exige no quedarse en el chiste amargo, sino exigir que las investigaciones alcancen a todos los responsables, sin importar su rango o filiación política.
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