Europa tiene tres problemas: Reino Unido, Francia y Alemania

Europa y sus tres resacas imperiales


Europa no enfrenta “un problema”. En realidad, arrastra tres: tres naciones que sufren una resaca postimperial tan persistente como corrosiva.

Reino Unido: el león vegano

El Reino Unido votó por el Brexit para “recuperar el control”, sólo para descubrir que había olvidado cómo conducir.

Su crisis de identidad es como ver a un león jubilado intentando abrazar el veganismo: grotesco y patético. La antigua confianza imperial se ha diluido en cursos de sensibilidad corporativa. La tierra de Churchill está hoy gobernada por una burocracia paternalista, más aterrorizada de ofender a alguien en redes sociales que de enfrentar su propia decadencia.

La policía británica, antaño modelo mundial, dedica más energía a perseguir “incidentes de odio no delictivos” y a pintar patrullas con arcoíris que a resolver robos. El país se aferra con desesperación a la estética de la tradición —la realeza, la pompa, el té— mientras sus instituciones se pudren bajo un progresismo que hace que un campus californiano parezca conservador. Quieren la arrogancia del siglo XIX, pero están paralizados por la fragilidad emocional del XXI.


Francia: la tía furiosa

Francia es la tía fumadora y resentida de Europa, incapaz de admitir que lleva décadas desempleada.
Su resaca se traduce en una insurrección permanente disfrazada de “compromiso cívico”. Una élite delirante aún cree que París es el ombligo del mundo, mientras la población celebra su “joie de vivre” incendiando paradas de autobús cada jueves.

El país sufre un complejo napoleónico sin Napoleón: exige el nivel de vida de un imperio conquistador mientras trabaja 35 horas semanales y se jubila antes de alcanzar la plenitud. Predican valores republicanos y un secularismo militante, pero el Estado ha perdido el control de vastas zonas suburbanas. Francia es, en esencia, un museo al aire libre: los conservadores están en huelga, los guardias temen a los visitantes y la administración sermonea al planeta sobre su “grandeza” mientras la factura de la luz sigue sin pagar.

Alemania: el gigante penitente

Alemania es el gigante neurótico que cree expiar su historia cometiendo un suicidio industrial a cámara lenta.

Su resaca es una enfermedad moral autoinmune: teme tanto a su propia sombra que ha sustituido el orgullo nacional por autoflagelación y regulaciones de reciclaje. Se autoproclama “Superpotencia Moral”, lo que en la práctica significa cerrar centrales nucleares en perfecto estado para quemar carbón contaminante, mientras sermonea a sus vecinos sobre la huella de carbono.

Es una nación de ingenieros que ha diseñado una sociedad que no funciona. El espíritu alemán, antes definido por eficiencia y disciplina, se ha degradado en una burocracia donde rellenar el formulario correcto importa más que el resultado. Tan obsesionados están con no parecer “amenazadores” que se han convertido en una ONG gigante con un ejército que empuña escobas en lugar de rifles, aterrorizados de que mostrar firmeza se interprete como recaída.

El desarrollo económico no garantiza estabilidad identitaria ni cohesión social. Lo que vemos en estos países es una mezcla de éxito material y confusión simbólica. La “resaca postimperial” es más bien una consecuencia de haber desarrollado sin sanar, de haber avanzado sin reconciliarse con el pasado.

Más allá del desarrollo, hay tres elementos clave:

1. Legado imperial no resuelto: Estos países fueron imperios coloniales o militares que perdieron poder global, pero no siempre reformularon su identidad nacional de forma coherente.

2. Reconstrucción acelerada: El desarrollo económico fue rápido, pero no siempre acompañado de una reflexión profunda sobre el papel de cada nación en el nuevo orden mundial.

3. Crisis de representación y valores: Las instituciones democráticas, los modelos educativos y los sistemas de bienestar han sido cuestionados por nuevas generaciones, migraciones y cambios culturales.



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